Vital y enérgico, pasos rápidos, erguido y saludable. Así, dicen, tienen que mostrarse los políticos para ser percibidos saludables, algo indispensable para ejercer sus funciones.
Experiencia sí, buena oratoria también, carismático el plus. Pero siempre sano, porque si quien conduce los destinos de una nación dice ser hipertenso, diabético, asmático o cualquier factor de riesgo, no solo es sinónimo de debilidad, sino además de preocupación.
Es una paradoja en relación a la honestidad de líderes que velan por la verdad, pero que esconden cualquier síntoma cuál superhéroe.
Hoy Estados Unidos es gobernado por Joe Biden, el presidente más grande de la historia, con 79 años; su vez el promedio en los parlamentos es de 58 y 62 años.
Donald Trump, presidente saliente contrajo COVID en octubre del 2020, un mes antes de las elecciones presidenciales. Criticado durante la pandemia por no querer usar tapabocas, tuvo que rever su estrategia de comunicación y cuál bromista supo ser, se obligó a usar “barbijo” y aseguró parecerse al “llanero solitario”.
Durante toda su gestión, Trump se mostró enérgico, no llegó a emular al presidente ruso y ex agente de la KGB Vladimir Putin quien practica varios deportes entre judo, esquí, buceo y senderismo, pero cuidó de su voluptuoso pelo y demostró su destreza en el golf.
Uno de los ejes de campaña estratégica de Trump fue exponer a un oponente anciano y confundido como Biden. A pesar de llevarse solo 4 años de diferencia, para el ex presidente, Biden era un abuelo con anhelos de poder.
Y Biden, no solo interpuso su experiencia y se aferró a las debilidades de Trump, sino que además y como si pasara desapercibido, selló con gesto personal al trotar los últimos pasos antes de enfrentarse a cualquier micrófono.
Una encuesta de JL Partners, consultora de investigación acreditada por el British Polling Council, afirma que para los estadounidenses la edad máxima para ser presidente puede ser de 80 años. Los años de los candidatos y sus antecedentes de salud fueron en contexto pandemia, uno de los ejes de comunicación estratégica en la campaña estadounidense.
Un Trump golpeado por una pandemia inesperada y negada desde el principio por él, hizo que este contrasentido que deriva de la salud, se transforme en eje para debilitar a su oponente. No solo le jugó en contra, si no que los “fortachones” setentones se valieron a duelo y Biden se impuso para gobernar la Casa Blanca.
El trotecito de Biden fue la suma de incongruencias de un Trump que no supo aprovechar sus ventajas, que sí las tenía; y corrió el foco arrastrado por los indecisos, jóvenes ciudadanos, país polarizado y alto niveles de desempleo. La suma de pequeñas situaciones a veces cambia los resultados.